Esculturas de palabras

La rima XXI, de Bécquer (apoloybaco.com)

Ayer fue el día internacional de la poesía (cada día conmemoramos algo, ¿nos faltarán alguna vez días en el calendario?). Aún recuerdo cuando empecé a cogerle el gusto a este arte. Fue en clase de lengua y literatura, en la ESO, allá por el principio de los años dos mil. El profesor nos ponía de deberes contar las sílabas de cada verso, y era algo divertido. Así aprendimos poco a poco a entender la poesía, si bien para algunos compañeros no dejó de ser algo ñoño y sin mucho sentido.

Uno de los primeros poetas que conocí fue el mítico Gustavo Adolfo Bécquer. La exactitud de sus rimas y el ritmo de las palabras hacía que diera gusto leerle. Su poesía no es especialmente alegre, centrándose en el pesimismo, la muerte y el amor, pero vale la pena igualmente. No tengo un poema favorito suyo, me gustan demasiados. Os dejo uno llamado «Sacudimiento extraño» que hablar sobre la inspiración y la razón:

Sacudimiento extraño
que agita las ideas,
como huracán que empuja
las olas en tropel.

Murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo
como volcán que sordo
anuncia que va a arder.

Deformes siluetas
de seres imposibles;
paisajes que aparecen
como al través de un tul.

Colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del iris
que nadan en la luz.

Ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás.

Memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar.

Actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin riendas que le guíen,
caballo volador.

Locura que el espíritu
exalta y desfallece,
embriaguez divina
del genio creador…

Tal es la inspiración.

Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro
y entre las sombras hace
la luz aparecer.

Brillante rienda de oro
que poderosa enfrena
de la exaltada mente
el volador corcel.

Hilo de luz que en haces
los pensamientos ata;
sol que las nubes rompe
y toca en el zenít.

Inteligente mano
que en un collar de perlas
consigue las indóciles
palabras reunir.

Armonioso ritmo
que con cadencia y número
las fugitivas notas
encierra en el compás.

Cincel que el bloque muerde
la estatua modelando,
y la belleza plástica
añade a la ideal.

Atmósfera en que giran
con orden las ideas,
cual átomos que agrupa
recóndita atracción.

Raudal en cuyas ondas
su sed la fiebre apaga,
oasis que al espíritu
devuelve su vigor…

Tal es nuestra razón.

Con ambas siempre en lucha
y de ambas vencedor,
tan sólo al genio es dado
a un yugo atar las dos.

Otro autor que me sorprendió mucho fue Miguel Fernández, mi vecino de Orihuela que escribía en tiempos de la Guerra Civil. En sus poemas habla de la España de entonces, de sus reivindicaciones y del amor. Tiene también muchos grandes poemas, pero entre todos destacaría «Elegía». Fue una poesía especial para él, pues fue para su amigo Ramón Sijé, que había fallecido recientemente.

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Hay otro poema de Miguel, llamado «Viento del pueblo», que acaba con dos estrofas que me encantan, donde habla del momento de su muerte:

Si me muero, que me muera 
con la cabeza muy alta. 
Muerto y veinte veces muerto, 
la boca contra la grama, 
tendré apretados los dientes 
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte, 
que hay ruiseñores que cantan 
encima de los fusiles 
y en medio de las batallas.

Espero que os hayan gustado. Si queréis leer más de Bécquer, podéis entrar en esta página. Os dejo más poesías de Miguel Hernández aquí. Precisamente, el rapero alicantino Nach le dedicó en su día una canción a Miguel Hernández, que os dejo a continuación.

¿Os gusta la poesía?

2 comentarios en “Esculturas de palabras

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